sábado, 20 de diciembre de 2014

La dracma perdida Lc. 15:8-10

En el Oriente, las casas de los pobres por lo general consistían en una sola habitación, con frecuencia sin ventanas y oscura. Raras veces se barría la pieza, y una moneda al caer al suelo quedaba rápidamente cubierta por el polvo y la basura. Aun de día, para poderla encontrar, debía encenderse una vela y barrerse diligentemente la casa.

La dote matrimonial de la esposa consistía por lo general en monedas, que ella preservaba cuidadosamente como su posesión más querida, para transmitirla a sus hijas. La pérdida de una de esas monedas era considerada como una grave calamidad, y el recobrarla causaba un gran regocijo que compartían de buen grado las vecinas.



Dracma: simbolizan a aquellos k están perdidos en sus faltas y pecados, pero no comprenden su condición. 

Se perdió en la casa: Con frecuencia hay gran descuido en el hogar respecto al alma de sus miembros.

Enciende el candil: escudriñe la palabra de DIOS y a su luz todo lo que hay en el hogar, sus hábitos y prácticas.

Así como la moneda lleva la imagen e inscripción de las autoridades, también el hombre, al ser creado, llevaba la imagen y la inscripción de Dios, y aunque ahora está malograda y oscurecida por la influencia del pecado, quedan aun en cada alma los rastros de esa inscripción. Dios desea recobrar esa alma, y volver a escribir en ella su propia imagen en justicia y santidad.

En la familia, si uno de los miembros se pierde, deben usarse todos los medios para rescatarlo. Practiquen todos los demás un diligente y cuidadoso examen propio. Investíguese el proceder diario. Véase si no hay alguna falta o error en la dirección del hogar, por el cual esa alma se empecina en su impenitencia. Los padres no deben descansar si en su familia hay un hijo que vive inconsciente de su estado pecaminoso.
 

La oveja perdida Mt. 18:10-14 y Luc. 15: 1-7

Las extensas mesetas situadas al este del Jordán proporcionaban abundantes pastos para los rebaños, y por los desfiladeros y colinas boscosas habían vagado muchas ovejas perdidas, que eran buscadas y traídas de vuelta por el cuidado del pastor. En el grupo que rodeaba a Jesús había pastores, y también hombres que habían invertido dinero en rebaños y manadas, y todos podían apreciar su ilustración.


Oveja perdida: los publicanos y pecadores.  La oveja extraviada sabe que está perdida. Se ha apartado del pastor y del rebaño y no puede volver, representa a los que comprenden que están separados de Dios, que se hallan dentro de una nube de perplejidad y humillación, y se ven grandemente tentados. El pastor debe buscarla, pues ella no puede encontrar el camino de regreso. Así también el alma que se ha apartado de Dios, es tan impotente como la oveja perdida, y si el amor divino no hubiera ido en su rescate, nunca habría encontrado su camino hacia Dios.

El pastor se llena de pesar y ansiedad. Cuenta y recuenta el rebaño, y no dormita cuando descubre que se ha perdido una oveja. Deja las noventa y nueve dentro del aprisco y va en busca de la perdida. Cuanto más oscura y tempestuosa es la noche,  y más peligroso el camino, tanto mayor es la ansiedad del pastor y más ferviente su búsqueda. Hace todos los esfuerzos posibles por encontrar esa sola oveja perdida. Con cuánto alivio siente a la distancia su primer débil balido. Siguiendo el sonido, trepa por las alturas más empinadas, y va al mismo borde del precipicio con riesgo de su propia vida. Así la busca, mientras el balido, cada vez más débil, le indica que la oveja está por morir. Al fin es recompensado su esfuerzo; encuentra la perdida. Entonces no la reprende porque le ha causado tanta molestia. No la arrea con un látigo. Ni aun intenta conducirla al redil. En su gozo pone la temblorosa criatura sobre sus hombros; si está magullada y herida, la toma en sus brazos, la aprieta contra su pecho, para que le dé vida el calor de su corazón. Agradecido porque su búsqueda no ha sido vana, la lleva de vuelta al redil. 

No nos arrepentimos para que Dios nos ame, sino que él nos revela su amor para que nos arrepintamos.

Los rabinos tenían el dicho de que hay regocijo en el cielo cuando es destruido uno que ha pecado contra Dios; pero Jesús enseñó que la obra de destrucción es una obra extraña; aquello en lo cual todo el cielo se deleita es la restauración de la imagen de Dios en las almas que él ha hecho.

Cuando alguien que se haya extraviado grandemente en el pecado trate de volver a Dios, encontrará crítica y desconfianza. Habrá quienes pongan en duda la veracidad de su arrepentimiento. Tales personas no están haciendo la obra de Dios sino la de Satanás, que es el acusador de los hermanos. Mediante sus críticas, el maligno trata de desanimar a aquella alma, y llevarla aún más lejos de la esperanza y de Dios. Contemple el pecador arrepentido el regocijo del cielo por su regreso. Descanse en el amor de Dios, y en ningún caso se descorazone por las burlas y las sospechas de los fariseos.

En un sentido amplio este planeta representa la oveja perdida, somos los únicos en el vasto universo que hemos caído en pecado.Cristo, el amado Comandante de las cortes celestiales, descendió de su elevado estado, puso a un lado la gloria que tenía con el Padre, a fin de salvar al único mundo perdido.  Dios se dio a sí mismo en su Hijo para poder tener el gozo de recobrar la oveja que se había perdido.

A nosotros también se nos ha encomendado una obra que hacer, debemos buscar las almas y llevarlas de vuelta al redil. Si no se lleva la oveja perdida de vuelta al aprisco, vaga hasta que perece, y muchas almas descienden a la ruina por falta de una mano que se extienda para salvarlas.

Los fariseos entendieron la parábola de Cristo como un reproche para ellos, por su descuido hacia los publicanos y pecadores, eran falsas sus pretensiones de piedad. Muchos rechazaron el reproche de Cristo, pero hubo algunos que quedaron convencidos por sus palabras; después de la ascensión de Cristo al cielo, descendió sobre éstos el Espíritu Santo y se unieron con los discípulos precisamente en la obra bosquejada en la parábola de la oveja perdida

viernes, 19 de diciembre de 2014

La viuda y el juez injusto Luc. 18:1-8

Aplicable al período que precede inmediatamente a la segunda venida de Jesús, y de los peligros por los cuales deberían pasar sus discípulos. Y en esta parábola Jesús enseña a sus discípulos a orar por la liberación del poder de Satanás y sus agentes.



El juez: no tenía consideración por la justicia ni compasión por los dolientes. El juez sabía que su causa era justa, y podría haberla socorrido en seguida, pero no quería hacerlo. Quería demostrar su poder arbitrario, y se complacía en dejarla pedir, rogar y suplicar en vano. Para salvar su reputación, para evitar que se diese publicidad a su juicio parcial y unilateral, hizo justicia.

La viuda: Los hijos de DIOS, su iglesia. Había sido rechazada con persistencia, Repetidas veces había acudido al juez, sólo para ser tratada con desprecio, y ser ahuyentada del tribunal. Pero ella no quería desmayar ni desalentarse. A pesar de la indiferencia y dureza de corazón de él, insistió en su petición. Pobre y sin amigos, no tenía medios de salvar su fortuna arruinada. Así, por el pecado, el hombre ha perdido su relación con Dios. Por sí mismo no puede salvarse, pero en Cristo somos acercados al Padre.

Adversario: Satanás y a los agentes a quienes instiga a presentar falsamente, a tentar y destruir al pueblo de Dios

Hazme justicia…: Es la oración que dirigen a DIOS sus hijos en el fin del tiempo. Los que le siguen a Jesús no han de acusar o condenar, ni recurrir a la fuerza para librarse a sí mismos.

¿Acaso no hará justicia DIOS a sus escogidos?: Existe un agudo contraste entre el juez y DIOS, el juez cedió a la petición de la viuda simplemente por egoísmo, a fin de quedar aliviado de su importunidad. No sentía por ella ni piedad ni compasión; su miseria no le importaba nada. ¡Cuán diferente es la actitud de Dios hacia los que lo buscan!

Satanás presenta la debilidad e insensatez de los hijos de DIOS, su pecado e ingratitud, su carácter distinto al de Cristo, que ha deshonrado a su Redentor. Este es su argumento que prueba su derecho a destruirlos a voluntad, su caso no tiene esperanza, que la mancha de su contaminación no podrá nunca lavarse. Espera destruir así su fe, a fin de que cedan plenamente a sus tentaciones, y abandonen su fidelidad a Dios.

Los hijos del Señor no pueden contestar las acusaciones de Satanás. Al mirarse a sí mismos, están listos a desesperar, pero apelan al divino Abogado. Presentan los méritos del Redentor.
 
También fue presentado por Cristo para demostrar la clase de juicio que se realizaba entonces y que pronto se iba a presenciar en su propio proceso. Deseaba que su pueblo comprendiese cuán poca confianza se puede tener en los gobernantes o jueces terrenales en el día de la adversidad.

El mayor deseo de Cristo es redimir su herencia del dominio de Satanás. Pero antes de que seamos librados del poder satánico exteriormente, debemos ser librados de su poder interiormente. El Señor permite las pruebas a fin de que seamos limpiados de la mundanalidad, el egoísmo y los rasgos de carácter duros y anticristianos. 

No hay peligro de que el Señor descuide las oraciones de sus hijos. El peligro es que, en la tentación y la prueba, se descorazonen, y dejen de perseverar en oración.  

Fue Cristo el que concedió valor y determinación ante el juez a la viuda suplicante. 

En los días finales esta parábola se hara patente en la vida de cada uno de los hijos de DIOS pero no serán abandonados, Cristo liberará a su pueblo para siempre del adversario.
 

jueves, 11 de diciembre de 2014

El fariseo y el publicano Luc. 18:9-14



El fariseo sube al templo a adorar, no porque sienta que es un pecador que necesita perdón, sino porque se cree justo, y espera ganar alabanzas. Considera su culto como un acto de mérito que lo recomendará a Dios. Y está lleno de alabanza propia. Lo denota en su apariencia, en su forma de andar y en su forma de orar.

Te doy gracias porque no soy como los otros hombres… ni aún como este publicano: Juzga su carácter, comparándolo, no con el santo carácter de Dios, sino con el de otros hombres. Su mente se vuelve de Dios a la humanidad. Este es el secreto de su satisfacción propia.

Ayuno 2 veces a la semana, doy diezmo de todo lo que poseo: Está satisfecho con una religión que tiene que ver solamente con la vida externa. Su justicia es la suya propia, el fruto de sus propias obras, y juzgada por una norma humana. No sentía ninguna convicción de pecado. El Espíritu Santo no podía obrar en él. Su alma estaba revestida de una armadura de justicia propia que no podía ser atravesada por los aguzados y bien dirigidos dardos de Dios arrojados por manos angélicas.

Cualquiera que confíe en que es justo, despreciará a los dem, más. Su justicia propia lo induce a acusar. Condena a "los otros hombres" como transgresores de la ley de Dios, manifestando así el espíritu de satanás.



El publicano había ido al templo con otros adoradores, pero pronto se apartó de ellos, sintiéndose indigno de unirse en sus devociones.
No quería alzar sus ojos al cielo: con amarga angustia y aborrecimiento propio. Sentía que había obrado contra Dios; que era pecador y sucio. No podía esperar misericordia, ni aun de los que lo rodeaban, porque lo miraban con desprecio.



DIOS sé propicio a mí pecador: Sabía que no tenía ningún mérito que lo recomendara a Dios, y con una total desesperación clamaba. No se comparaba con los otros. Abrumado por un sentimiento de culpa. Su único deseo era el perdón y la paz, su único argumento era la misericordia de Dios.


El fariseo y el publicano representan las dos grandes clases en que se dividen los que adoran a Dios.
La sensación de la necesidad, el reconocimiento de nuestra pobreza y pecado, es la primera condición para que Dios nos acepte. 

No hay nada que ofenda tanto a Dios, o que sea tan peligroso para el alma humana, como el orgullo y la suficiencia propia. De todos los pecados es el más desesperado, el más incurable. Nunca podemos con seguridad poner la confianza en el yo, ni tampoco, estando, como nos hallamos, fuera del cielo, hemos de sentir que nos encontramos seguros contra la tentación. Nunca debe enseñarse a los que aceptan al Salvador, aunque sean sinceros en su conversión, a decir o sentir que están salvados. Eso es engañoso. Debe enseñarse a todos a acariciar la esperanza y la fe.

Pierden de vista su propia debilidad y constante necesidad de la fortaleza divina.  Debemos contemplar a Cristo. La ignorancia de su vida y su carácter induce a los hombres a exaltarse en su justicia propia. Cuando contemplemos su pureza y excelencia, veremos nuestra propia debilidad, nuestra pobreza y nuestros defectos tales cuales son. Nos veremos perdidos y sin esperanza, vestidos con la ropa de la justicia propia, como cualquier otro pecador.

Debemos evitar todo lo que estimule el orgullo y la suficiencia propia; por lo tanto, debemos estar apercibidos para no dar ni recibir lisonjas o alabanzas. La adulación es obra de Satanás. El se ocupa tanto en adular como en acusar y condenar, y así procura la ruina del alma. Los que alaban a los hombres son usados como agentes por Satanás. Alejen de sí las palabras de alabanza los obreros de Cristo. Sea ocultado el yo. Sólo Cristo debe ser exaltado.