sábado, 20 de diciembre de 2014

La oveja perdida Mt. 18:10-14 y Luc. 15: 1-7

Las extensas mesetas situadas al este del Jordán proporcionaban abundantes pastos para los rebaños, y por los desfiladeros y colinas boscosas habían vagado muchas ovejas perdidas, que eran buscadas y traídas de vuelta por el cuidado del pastor. En el grupo que rodeaba a Jesús había pastores, y también hombres que habían invertido dinero en rebaños y manadas, y todos podían apreciar su ilustración.


Oveja perdida: los publicanos y pecadores.  La oveja extraviada sabe que está perdida. Se ha apartado del pastor y del rebaño y no puede volver, representa a los que comprenden que están separados de Dios, que se hallan dentro de una nube de perplejidad y humillación, y se ven grandemente tentados. El pastor debe buscarla, pues ella no puede encontrar el camino de regreso. Así también el alma que se ha apartado de Dios, es tan impotente como la oveja perdida, y si el amor divino no hubiera ido en su rescate, nunca habría encontrado su camino hacia Dios.

El pastor se llena de pesar y ansiedad. Cuenta y recuenta el rebaño, y no dormita cuando descubre que se ha perdido una oveja. Deja las noventa y nueve dentro del aprisco y va en busca de la perdida. Cuanto más oscura y tempestuosa es la noche,  y más peligroso el camino, tanto mayor es la ansiedad del pastor y más ferviente su búsqueda. Hace todos los esfuerzos posibles por encontrar esa sola oveja perdida. Con cuánto alivio siente a la distancia su primer débil balido. Siguiendo el sonido, trepa por las alturas más empinadas, y va al mismo borde del precipicio con riesgo de su propia vida. Así la busca, mientras el balido, cada vez más débil, le indica que la oveja está por morir. Al fin es recompensado su esfuerzo; encuentra la perdida. Entonces no la reprende porque le ha causado tanta molestia. No la arrea con un látigo. Ni aun intenta conducirla al redil. En su gozo pone la temblorosa criatura sobre sus hombros; si está magullada y herida, la toma en sus brazos, la aprieta contra su pecho, para que le dé vida el calor de su corazón. Agradecido porque su búsqueda no ha sido vana, la lleva de vuelta al redil. 

No nos arrepentimos para que Dios nos ame, sino que él nos revela su amor para que nos arrepintamos.

Los rabinos tenían el dicho de que hay regocijo en el cielo cuando es destruido uno que ha pecado contra Dios; pero Jesús enseñó que la obra de destrucción es una obra extraña; aquello en lo cual todo el cielo se deleita es la restauración de la imagen de Dios en las almas que él ha hecho.

Cuando alguien que se haya extraviado grandemente en el pecado trate de volver a Dios, encontrará crítica y desconfianza. Habrá quienes pongan en duda la veracidad de su arrepentimiento. Tales personas no están haciendo la obra de Dios sino la de Satanás, que es el acusador de los hermanos. Mediante sus críticas, el maligno trata de desanimar a aquella alma, y llevarla aún más lejos de la esperanza y de Dios. Contemple el pecador arrepentido el regocijo del cielo por su regreso. Descanse en el amor de Dios, y en ningún caso se descorazone por las burlas y las sospechas de los fariseos.

En un sentido amplio este planeta representa la oveja perdida, somos los únicos en el vasto universo que hemos caído en pecado.Cristo, el amado Comandante de las cortes celestiales, descendió de su elevado estado, puso a un lado la gloria que tenía con el Padre, a fin de salvar al único mundo perdido.  Dios se dio a sí mismo en su Hijo para poder tener el gozo de recobrar la oveja que se había perdido.

A nosotros también se nos ha encomendado una obra que hacer, debemos buscar las almas y llevarlas de vuelta al redil. Si no se lleva la oveja perdida de vuelta al aprisco, vaga hasta que perece, y muchas almas descienden a la ruina por falta de una mano que se extienda para salvarlas.

Los fariseos entendieron la parábola de Cristo como un reproche para ellos, por su descuido hacia los publicanos y pecadores, eran falsas sus pretensiones de piedad. Muchos rechazaron el reproche de Cristo, pero hubo algunos que quedaron convencidos por sus palabras; después de la ascensión de Cristo al cielo, descendió sobre éstos el Espíritu Santo y se unieron con los discípulos precisamente en la obra bosquejada en la parábola de la oveja perdida

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