domingo, 9 de noviembre de 2014

El Sermon del monte: La oracion y la regla de oro Mt. 7:7-12 Lc. 11:5-13


5. Amigo préstame 3 panes porque un amigo mío ha venido: Cristo presenta al postulante pidiendo para poder dar de nuevo. Aunque su vecino no esté dispuesto a ser molestado, no desistirá de pedir; su amigo debe ser aliviado; y por fin su importunidad es recompensada; sus necesidades son suplidas.

Los discípulos habían de buscar las bendiciones de Dios. Habían de dar el pan de vida a la gente. Aquel que había señalado su obra, vio cuán a menudo su fe sería probada. Con frecuencia se verían en situaciones inesperadas, y se darían cuenta de su humana insuficiencia. Las almas que estuvieran hambrientas del pan de vida vendrían a ellos, y ellos se sentirían destituidos y sin ayuda. Debían recibir alimento espiritual, o no tendrían nada para impartir. Pero no habían de permitir que ningún alma volviese sin ser alimentada. Cristo les dirige a la fuente de abastecimiento. Un hombre egoísta concederá un pedido urgente, a fin de librarse de quien perturba su descanso. Pero Dios se deleita en dar. Está lleno de misericordia, y anhela conceder los pedidos de aquellos que vienen a él con fe. Nos da para que podamos ministrar a los demás, y así llegar a ser como él.

Nuestras oraciones no siempre parecen recibir una inmediata respuesta; pero Cristo enseña que no debemos dejar de orar. Aquellos que presentan sus peticiones ante Dios, invocando su promesa, mientras no cumplen con las condiciones, insultan a Jehová. Hemos de amarnos unos a otros, devolver los diezmos.

Pedid y se os dará: El pedir demuestra que sentimos nuestra necesidad; y, si pedimos con fe, recibiremos. Cuando pedimos las bendiciones que necesitamos para perfeccionar un carácter semejante al de Cristo, solicitamos de acuerdo con una promesa que se cumplirá. La condición para que podamos acercamos a Dios no es que seamos santos, sino que deseemos que él nos limpie de nuestros pecados y nos purifique de toda iniquidad.

Buscad y hallareis: No deseemos su bendición, sino también a él mismo. Dios nos busca, y el mismo deseo que sentimos de ir a él no es más que la atracción de su Espíritu. Cedamos a esta atracción.

Llamad y se os abrirá: Nos acercamos a Dios por invitación especial, y él nos espera para damos la bienvenida a su sala de audiencia. Llamen los que desean la bendición de Dios, y esperen a la puerta de la misericordia con firme seguridad de esta promesa.

Cuánto más vuestro Padre dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan: El Espíritu Santo, su representante, es la mayor de todas sus dádivas. Todas las "buenas dádivas" quedan abarcadas en ésta.

Tenemos el privilegio de pedir por medio de Jesús cualquier bendición espiritual que necesitemos. Podemos exponerle nuestros asuntos temporales, y suplicarle pan y ropa, así como el pan de vida y el manto de la justicia de Cristo. Mas al allegarnos a Dios como a un Padre, reconocemos nuestra relación con él como hijos. No solamente nos fiamos en su bondad, sino que nos sometemos a su voluntad en todas las cosas.

Así que todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, haced vosotros con ellos: En la seguridad del amor de Dios hacia nosotros, Jesús ordena que nos amemos unos a otros. Nuestro motivo de ansiedad no debe ser ¿cuánto podemos recibir?, sino ¿cuánto podemos dar? Comprendamos sus sentimientos, sus dificultades, sus chascos, sus gozos y sus pesares. Identifiquémonos con ellos, luego tratémoslos como quisiéramos que nos trataran a nosotros si cambiásemos de lugar con ellos. Todo aquel que haya sido hecho mayordomo de la gracia múltiple de Dios está en la obligación de impartirla a las almas sumidas en la ignorancia y la oscuridad, así como, si él estuviera en su lugar, desearía que se la impartiesen, cuanto más poseáis que vuestro prójimos. 

La regla de oro es el principio de la cortesía verdadera, cuya ilustración más exacta se ve en la vida y el carácter de Jesús. Es la médula de la enseñanza de los profetas, un principio del cielo. Se desarrollará en todos los que se preparan para el sagrado compañerismo con él. Al despreciar " los derechos de los pobres, los dolientes y los pecadores, nos demostramos traidores a Cristo.

El cristianismo tiene tan poco poder en el mundo porque los hombres aceptan el nombre de Cristo, pero niegan su carácter en sus vidas. Por estas cosas el nombre del Señor es motivo de blasfemia. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario