Esta parábola revela que Dios obra en la naturaleza. La germinación de la semilla representa el comienzo de la vida espiritual.
Un hombre echa semilla en la tierra: representa a los que trabajan en lugar de Cristo. Se dice que "la simiente brota y crece como él no sabe", y esto no es verdad en
el caso del Hijo de Dios. Cristo no se duerme sobre su cometido, sino que vela
sobre él día y noche. El no ignora cómo crece la simiente.
De suyo lleva fruto la tierra: La semilla tiene en sí un principio germinativo, un principio que Dios mismo ha
implantado; y, sin embargo, si se abandonara la semilla a sí misma, no tendría
poder para brotar. El hombre tiene una parte que realizar para promover el
crecimiento del grano. Debe preparar y abonar el terreno y arrojar en él la
simiente. Debe arar el campo.
La semilla brota y crece sin que él sepa como: No hay fuerza ni sabiduría humana que pueda hacer brotar de la semilla la planta viva. Después de emplear sus esfuerzos hasta el límite máximo, el hombre debe depender aún de Aquel que ha unido la siembra a la cosecha con eslabones maravillosos de su propio poder omnipotente. Hay vida en la semilla, hay poder en el terreno; pero a menos que se ejerza día y noche el poder infinito, la semilla no dará frutos. Deben caer las lluvias para dar humedad a los campos sedientos, el sol debe impartir calor, debe comunicarse electricidad a la semilla enterrada. El Creador es el único que puede hacer surgir la vida que él ha implantado. Cada semilla crece, cada planta se desarrolla por el poder de Dios. Sólo mediante el Espíritu divino será viviente y poderosa la palabra para renovar el alma para vida eterna.
La obra del sembrador es una obra de fe. El no puede entender el misterio de la germinación y el crecimiento de la semilla, pero tiene confianza en los medios por los cuales Dios hace florecer la vegetación. Quizá durante algún tiempo la buena semilla permanezca inadvertida en un corazón frío, egoísta y mundano, sin dar evidencia de que se ha arraigado en él; pero después, cuando el Espíritu de Dios da su aliento al alma, brota la semilla oculta, y al fin da fruto para la gloria de Dios. Hemos de hacer nuestro trabajo y dejar a Dios los resultados.
La semilla brota y crece sin que él sepa como: No hay fuerza ni sabiduría humana que pueda hacer brotar de la semilla la planta viva. Después de emplear sus esfuerzos hasta el límite máximo, el hombre debe depender aún de Aquel que ha unido la siembra a la cosecha con eslabones maravillosos de su propio poder omnipotente. Hay vida en la semilla, hay poder en el terreno; pero a menos que se ejerza día y noche el poder infinito, la semilla no dará frutos. Deben caer las lluvias para dar humedad a los campos sedientos, el sol debe impartir calor, debe comunicarse electricidad a la semilla enterrada. El Creador es el único que puede hacer surgir la vida que él ha implantado. Cada semilla crece, cada planta se desarrolla por el poder de Dios. Sólo mediante el Espíritu divino será viviente y poderosa la palabra para renovar el alma para vida eterna.
La obra del sembrador es una obra de fe. El no puede entender el misterio de la germinación y el crecimiento de la semilla, pero tiene confianza en los medios por los cuales Dios hace florecer la vegetación. Quizá durante algún tiempo la buena semilla permanezca inadvertida en un corazón frío, egoísta y mundano, sin dar evidencia de que se ha arraigado en él; pero después, cuando el Espíritu de Dios da su aliento al alma, brota la semilla oculta, y al fin da fruto para la gloria de Dios. Hemos de hacer nuestro trabajo y dejar a Dios los resultados.
Primero hierba, luego espiga...: en la gracia no puede haber vida sin crecimiento. En cada grado de desarrollo, nuestra vida puede ser perfecta. La santificación es la obra de toda la vida. Así como la planta se arraiga en el suelo, así hemos de arraigarnos profundamente en Cristo. Así como la planta recibe la luz del sol, el rocío y la lluvia, hemos de abrir nuestro corazón al Espíritu Santo. Cristo está tratando de reproducirse a sí mismo en el corazón de los hombres; y esto lo hace mediante los que creen en él. El objeto de la vida cristiana es llevar fruto, la reproducción del carácter de Cristo en el creyente, para que ese mismo carácter pueda reproducirse en otros. El cristiano está en el mundo como representante de Cristo, para la salvación de otras almas. No puede haber crecimiento o fructificación en la vida que se centraliza en el yo.
Se mete la hoz, porque la siega ha llegado: Cuando el carácter de Cristo sea perfectamente reproducido en su pueblo, entonces vendrá él para reclamarlos como suyos.
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