Las palabras de Cristo habían herido la raíz de sus ideas y opiniones anteriores; la obediencia a su enseñanza les exigía que cambiasen todos sus hábitos y modos de pensar y obrar. Los pondría en oposición con los maestros de su religión, porque derribaría el edificio entero que durante generaciones habían ido edificando los rabinos. Por eso muy pocos estaban dispuestos a aceptarlas como guía de la vida.
Mientras escuchaban las palabras de Cristo, sentados en la ladera, podían ver
los valles y los barrancos por los cuales corrían hacia el mar los arroyos de
las montañas. A menudo estos arroyos desaparecían completamente en el verano y
quedaba solamente un canal seco y polvoriento; pero cuando las tempestades del
invierno se desencadenaban sobre las colinas, los ríos se convertían en furiosos
y bramadores torrentes, que algunas veces inundaban los valles y arrasaban todas
las cosas en su riada irresistible. Entonces era frecuente que fuesen arrasadas
las chozas levantadas por los labriegos en la verde llanura, donde no parecían
correr peligro.
Cualquiera que oye y hace estas palabras
le compararé al hombre que edificó sobre la roca: Quienquiera que edifique carácter y su vida sobre
esos principios edifica sobre Cristo, la Roca de la eternidad. Edificamos en
Cristo por la obediencia a su palabra. Se espera acción, no meramente palabras,
de los seguidores de Cristo.
...Y no las hace le compararé al hombre que
edificó sobre la arena: Aquel que edifica
sobre el fundamento de ideas y opiniones humanas, de formalidades y ceremonias
inventadas por los hombres o sobre cualesquiera obras que se puedan hacer
independientemente de la gracia de Cristo, erige la estructura de su carácter
sobre arena movediza. Las tempestades violentas de la tentación barrerán el
cimiento de arena y dejarán su casa reducida a escombros sobre las orillas del
tiempo.
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